jueves, 9 de octubre de 2008

SELECCION DE VICTIMAS

Entre los estudiantes que son víctimas de acoso suelen diferenciarse dos situaciones:
La víctima típica, o víctima pasiva, que se caracteriza por una situación social de aislamiento, en relación con la cual cabe considerar su escasa asertividad y su dificultad de comunicación; una conducta muy pasiva; miedo ante la violencia y manifestación de vulnerabilidad (de no poder defenderse ante la intimidación); acusada ansiedad, inseguridad y baja autoestima, características que cabe relacionar con la tendencia observada en algunas investigaciones en las víctimas pasivas acerca de culpabilizarse ellas mismas de su situación y hasta de negarla, debido quizás a que la consideran como más vergonzosa de lo que lo hacen con la suya los agresores (que a veces parecen estar orgullosos de serlo).
La victima activa, que se caracteriza por una situación social de aislamiento y de aguda impopularidad, llegando a encontrarse entre los alumnos con mayor rechazo por parte sus compañeros (superior al que tienen los agresores y las víctimas pasivas), situación que podría estar en el origen de su selección como víctimas, aunque, como en el caso de las anteriores, también podría agravarse con la victimización; una tendencia excesiva e impulsiva a actuar, a intervenir sin llegar a poder elegir la conducta que puede resultar más adecuada a cada situación; con problemas de concentración (llegando incluso, en algunos casos, a la hiperactividad), y con cierta disponibilidad a reaccionar mediante conductas agresivas e irritantes. Dichas características han hecho que, en ocasiones, este tipo de víctimas sea considerada como «provocadora», asociación que convendría evitar para prevenir la frecuente tendencia a culpar a la víctima que suele existir respecto a cualquier tipo de violencia, también en la escolar. La situación de las víctimas activas es la que parece tener un peor pronóstico a largo plazo.

CARACTERISTICAS DE LOS AGRESORES

Entre las características más frecuentes observadas en los alumnos que acosan a sus compañeros, destacan las siguientes (Olweus, 1993 Pellegrini, Bartini y Brooks, 1999; Salmivalli y otros, 1996; Schwartz, Dodge, Pettit y Bates, 1997): una situación social negativa, aunque cuentan con algunos amigos que les siguen en su conducta violenta; una acentuada tendencia a abusar de su fuerza (suelen ser físicamente más fornidos que los demás); son impulsivos, con escasas habilidades sociales, con baja tolerancia a la frustración, y con dificultad para cumplir normas; unas relaciones negativas con relación a los adultos y un bajo rendimiento, problemas que se incrementan con la edad; no son muy autocríticos, por lo que cabe considerar el hecho observado en varias investigaciones al intentar evaluar la autoestima de los agresores y encontrarla media o incluso alta. Entre los principales antecedentes familiares, suelen destacarse: la ausencia de una relación afectiva cálida y segura por parte de los padres, sobre todo de la madre, que manifiesta actitudes negativas o escasa disponibilidad para atender al niño; y fuertes dificultades para enseñar a respetar límites, combinando la permisividad ante conductas antisociales con el frecuente empleo de métodos autoritarios y coercitivos, utilizando en muchos casos el castigo corporal.
En el estudio que realizamos con adolescentes (Díaz-Aguado, Martínez Arias y Martín Seoane, 2004) se refleja, así mismo, que los agresores tienen menor disponibilidad de estrategias no violentas para la resolución de conflictos, detectando, por otra parte, las siguientes carencias en torno a las cuales convendría también orientar la prevención de este problema:
Están de acuerdo con las creencias que llevan a justificar la violencia y la intolerancia en distintos tipos de relaciones, incluidas las que se producen entre pares, manifestándose igualmente como más racistas, xenófobos y sexistas, es decir, que tienden a identificarse con un modelo social basado en el dominio de los unos y en la sumisión de los otros.
Tienen dificultades para colocarse en el lugar de los demás. Su razonamiento moral es primitivo si se compara con el de sus compañeros, siendo más frecuente entre los agresores la identificación de la justicia con «hacer a los demás lo que te hacen a ti o con lo que crees que te hacen», orientación que puede explicar su tendencia a vengar ofensas reales o supuestas. Y comulgan con una serie de conceptos relacionados con el acoso escolar, como los de chivato y cobarde, que utilizan para justificarlo y para mantener la conspiración de silencio que lo perpetúa.
Están menos satisfechos que sus compañeros con su aprendizaje escolar y con las relaciones que establecen con los profesores. En ese sentido, parece existir una estrecha relación entre la tendencia a acosar a los condiscípulos y la de hacerlo con el profesorado, y entre ambos problemas y la percepción de haber sufrido tal tipo de situaciones en la relación con los profesores (Mendoza, 2005).
Son considerados por sus compañeros como intolerantes y arrogantes, pero al mismo tiempo se sienten fracasados. El conjunto de características en las que destacan sugiere que cuentan con iguales que les siguen en sus agresiones, formando grupos con disposición a la violencia, en los que se integrarían individuos que no han tenido muchas oportunidades de protagonismo positivo en el sistema escolar.
Su frecuencia es mayor en la adolescencia temprana (13-15 años), en los cursos de educación secundaria obligatoria, en los que se experimenta una mayor dependencia del grupo de compañeros, en aquellos que suelen resultar más difíciles para el profesorado de secundaria en el contexto evaluado en este estudio [Díaz-Aguado (dir.), 2004].
Los resultados expuestos ponen de manifiesto la importancia que tiene erradicar situaciones de exclusión desde las primeras etapas educativas, y favorecer la identificación de los adolescentes con los valores de respeto mutuo, de empatía y de no violencia para prevenir el acoso entre escolares.

porque se produce la violencia escolar

Condiciones de riesgo y de protección desde un enfoque ecológico-evolutivo
Para prevenir la violencia escolar conviene tener en cuenta que las condiciones de riesgo y de protección que sobre ella influyen son múltiples y complejas. Además, que es preciso analizarlas desde una perspectiva evolutiva y a distintos niveles, incluyendo, junto a la interacción que el alumnado establece en la escuela, la que existe en la familia, la calidad de la colaboración entre ambos contextos, la influencia de los medios de comunicación, o el conjunto de creencias, de valores y de estructuras de la sociedad de la que forman parte. Cuando se analiza cada caso de violencia escolar desde esta perspectiva, suelen encontrarse incontables clases de riesgo y escasas o nulas condiciones protectoras en cada nivel y desde edades tempranas. Entre las categorías de riesgo detectadas en los estudios científicos, y que suelen verse reflejadas en la mayoría de los casos de violencia escolar, cabe destacar: la exclusión social o el sentimiento de exclusión, la ausencia de límites, la exposición a la violencia a través de los medios de comunicación, la integración en bandas identificadas con la violencia, la facilidad para disponer de armas, y la justificación de la violencia en la sociedad en la que dichas circunstancias se producen. Y faltan condiciones que hubieran podido proteger de tales riesgos, como modelos sociales positivos y solidarios, colaboración entre la familia y la escuela, contextos de ocio y de grupos de pertenencia constructivos, o adultos disponibles y dispuestos a ayudar. Para mejorar la convivencia escolar y para prevenir la violencia, se debería intervenir lo antes posible (sin esperar a las graves manifestaciones que suelen alertar sobre dicha necesidad) y en todos estos niveles, desde una doble perspectiva:
La perspectiva evolutiva, analizando las condiciones de riesgo y de protección que pueden existir en cada momento evolutivo, en función de las tareas y de las habilidades vitales básicas. La comprensión de dichas tareas es de gran utilidad para adecuar la intervención a cada edad, ayudando a desarrollar las habilidades críticas de ese período, reforzando los logros conseguidos y compensando las deficiencias que se hayan podido producir en edades anteriores. Debido a esto, se propone que la prevención debe fortalecer cuatro capacidades fundamentales que permitan al alumno/a: establecer vínculos de calidad en diversos contextos; ser eficaz en situaciones de estudio-trabajo, movilizando la energía y el esfuerzo precisos para ello, y obteniendo el reconocimiento social necesario; integrarse en grupos de iguales constructivos, resistiendo presiones inadecuadas; y desarrollar una identidad propia y diferenciada que le ayude a encontrar su lugar en el mundo y le permita apropiarse de su futuro.
La perspectiva ecológica, que trata de las condiciones de riesgo y de protección en los complejos niveles de la interacción individuo-ambiente, a partir de la cual se pueda diseñar la prevención con actividades destinadas a optimizar tanto el ambiente como la representación que de él y de sus posibilidades tiene el alumnado, incluyendo los escenarios en los que transcurre su vida (escolar, familiar, de ocio...), las conexiones entre dichos escenarios, los medios de comunicación, y el conjunto de las creencias y de las estructuras de la sociedad.

PORQUE SE PRODUCE LA VIOLENCIA JUVENIL Y COMO EVITARLA

Por qué se produce la violencia escolar y cómo prevenirla
María José Díaz-Aguado *
SÍNTESIS: En este artículo se analizan, desde una perspectiva ecológica, las condiciones de riesgo y de protección de la violencia escolar, prestando una especial atención a la serie de estudios que la autora ha dirigido sobre este tema con adolescentes. Por otra parte, los resultados que reflejan la especial relevancia que el modelo dominio-sumisión tiene en los agresores, el aislamiento que caracteriza a la situación de las víctimas, así como tres condiciones de riesgo estrechamente asociadas con el currículum oculto de la escuela tradicional respecto a la violencia: la tendencia a minimizarla, su pasividad, y la ausencia de un tratamiento adecuado respecto a la diversidad existente en el alumnado. A partir de ellos se propone desarrollar la prevención a través de innovaciones que ayuden a redefinir la función del profesorado y su disponibilidad para ayudar, el papel del alumno, las relaciones que se establecen entre compañeros mediante el aprendizaje cooperativo y del currículum de la no-violencia, y la antítesis del modelo de dominio-sumisión en el que se basa la violencia. Las respuestas obtenidas en un programa evaluado con 783 adolescentes confirman la eficacia y la viabilidad de dichos componentes en la prevención de la violencia entre iguales, así como en la mejora de las relaciones con el profesorado y en las propias del aprendizaje.

NUEVAS FORMAS DE VIOLENCIA JUVENIL

El mundo globalizado e interconectado nos ha traído recursos tecnológicos que están transformando la sociedad, normalmente, para bien. La desgracia es que la crueldad logra incrustarse en el tejido social, también cuando los individuos prolongan sus capacidades haciendo uso de las nuevas tecnologías (el 95% de los escolares entre 10 y 18 años dispone de teléfono móvil y navega por Internet). Se recordará la perversa naturaleza del fenómeno del acoso escolar, un ejemplo específico de agresividad injustificada que anida en las redes de iguales (bullying), bajo la protección de la ley del silencio de los que, sin ser los perpetradores, miran para otro lado y a veces jalean al agresor.
Pues bien, la combinación de las nuevas competencias tecnológicas y la crueldad que puede anidar en la red de iguales da lugar a nuevas y sofisticadas formas de violencia. El cyberbullying se presenta a partir de dos vías: Internet (e-mail, salas de chat, mensajería instantánea) y el teléfono móvil (SMS, MMS ofensivos, denigrantes, amenazadores). Son espacios virtuales donde se hostiga, injuria, amenaza, cuando no se prepara la agresión física o sexual definitiva. A ello se suma el uso de la cámara para hacer grabaciones clandestinas que luego se difunden.
Se trata de fenómenos de violencia injustificada, sostenida en un sistema de redes de relaciones articuladas bajo el esquema dominio-sumisión. No es un accidente, ni una agresión puntual, es la expresión de una moral perversa que permite al agresor (agresora en este caso) sostener su impunidad en el coro de público afecto. Es la forma más cruel de cyberbullying, el llamado happy-slapping (divertirse abofeteando). Uno de cada cuatro adolescentes ha provocado o padecido ciberbullying, la mayoría de forma leve. La agresión a una menor en Colmenarejo es una forma muy grave. Que la víctima sea de origen ecuatoriano no debería llevarnos a equívoco: lo grave es la crueldad ejercida. La xenofobia -si la hubiera- sólo sería otra expresión de este problema.

Aumenta un 20% el ingreso de menores por delitos graves en seis meses

Los ingresos en centros de menores de la Comunidad Valenciana crecieron en un 20% en el primer semestre. Es decir, las infracciones graves de menores aumentaron al menos en esa proporción entre enero y junio de este año respecto al mismo periodo del año anterior. Así lo dijo ayer el consejero de Justicia, Fernando de Rosa, quien afirmó que eso suponía haber asistido en solo seis meses al 86% de los internamientos que se realizaron en todo el ejercicio anterior. Los robos con intimidación y los robos con fuerza siguen siendo las infracciones más extendidas en esa franja de población delincuente. En 2007, fueron 800 los menores internados. Y en los seis primeros meses de 2008 la cifra alcanzó los 615.

El consejero, que aseguró que la violencia en los menores es un reflejo de la violencia en la sociedad, informó de que se ha detectado un incremento importante de internamientos por infracciones penales en menores extranjeros. La cifra ha llegado al 30%, frente al 25% del pasado año.
De Rosa, que ayer firmó un convenio con el Observatorio Internacional de Justicia Juvenil para la celebración de la III Conferencia Internacional organizada por esa institución el próximo mes en Valencia, precisó que de todos los ingresos registrados durante el primer semestre de 2008, 305 son nuevos. El 87,8% de los internados son varones, frente al 12,2% de mujeres. Y la media de edad de los infractores está en 16,7 años, medio año inferior a la media de 2007.
El consejero afirmó que 476 internas, el 77%, ha participado en talleres pre-laborales (destinados a orientarles en la incorporación al trabajo tras cumplir la medida) organizados por los centros. Además, 77 jóvenes recibieron formación externa, y 345 han recibido formación académica. De estos últimos, un 44% superó los exámenes de evaluación. 39 jóvenes infractores consiguieron un contrato de trabajo en los seis primeros meses de este año y 73 cumplieron medidas realizando trabajos en beneficio de la comunidad.
De Rosa invitó a una "reflexión" sería sobre los datos de internamientos y a analizar de forma rigurosa el "mensaje" que reciben los menores por parte de una sociedad que emite constantes "impulsos violentos".

Los padres, entre el rechazo, la culpabilidad y la vergüenza

Jueces, fiscales, policías y directores de centros de menores cuentan que los padres de los jóvenes delincuentes caen a menudo en un círculo del que no consiguen salir. Notan que el hijo se está pasando, que pide demasiado, pero se sienten culpables por no haberle dedicado tiempo y acaban protegiéndole haga lo que haga. Esta circunstancia, según los expertos, se agrava en las familias de alto nivel económico y social.
"Pasa muchas veces que los padres no ven el problema, les cuesta reconocerlo", cuenta Carmen Orland, la juez de Menores de Huelva. "Si tienen un alto concepto de sí mismos, no admiten que tienen un fallo y es difícil que ayuden". Los chavales, en muchas ocasiones, alimentan la confusión. En casa son hijos educados, dulces, correctos. Pero al salir a la calle, dan rienda suelta a su rebeldía de la peor manera.
Algunos jóvenes, según María Luisa Cercas, la directora general de Reforma Juvenil, usan las peleas para llamar la atención de sus padres. "Aunque la policía les tenga que ir a buscar a su casa cuatro veces". "Los padres no tienen tiempo y atienden de forma inmediata lo que les pide el niño. Y los hijos no están acostumbrados a que se les niegue nada".
El punto de inflexión para muchos de estos padres llega cuando el juez decreta el internamiento de su hijo en un centro de menores. La primera reacción de los progenitores suele ser rechazar la situación, negarle la razón al juez. Después, la vergüenza. "Estos centros siempre se han relacionado con las clases sociales más bajas y no entienden que su hijo tenga que estar ahí. Les da vergüenza tener un hijo así, explicárselo a sus conocidos", señala la directora general.
Isabel Ruiz, la directora del centro San Francisco de Asís, en Torremolinos (Málaga), está acostumbrada a esa reacción de los padres. Pero la experiencia le ha enseñado que ésta también se reeduca. "Hay familias que se sienten avergonzadas cuando su hijo llega al centro, pero el 100% nos lo agradece luego. Hacemos ese trabajo que a ellos se les ha escapado y acaban por aceptarlo". Cuando lo admiten, señalan los expertos, son los primeros en ayudar al cambio de actitud del joven. Según las estadísticas de la Consejería de Justicia, el 70% de los chavales ingresados en centros no vuelven a delinquir.

PALIZA POR PURO PLACER

Javier fue víctima de una agresión brutal el año pasado. Sin mediar palabra, un grupo de chavales de su misma edad se le echó encima y le pateó hasta aburrirse. Javier, que ahora tiene 17 años, era un adolescente de poco cuerpo y la paliza agigantó sus complejos. Pero también le cargó de rencor. Tras recuperarse de las heridas, se apuntó a un gimnasio, se machacó durante meses y, cuando se sintió preparado, pasó al ataque. De víctima a verdugo.

Así se convirtió en matón uno de los detenidos esta semana en Sevilla por apalear a un menor la madrugada del 13 de octubre en las inmediaciones de la Plaza de España. Javier es su nombre ficticio, pero el resto de su historia, según explica una fuente policial, es real. Como él, otros seis jóvenes, la mayoría menores de edad y de su mismo grupo de amigos, han sido detenidos en los últimos días por dos agresiones en la capital. Todos pertenecen a familias acomodadas, varias de ellas muy conocidas por su relación con el mundo del toro, la judicatura y la cultura.
La historia de estos adolescentes ha saltado a los medios de comunicación, pero, según los expertos consultados, no son insólitas. En Sevilla y en el resto de la comunidad hay otras muchas similares que se quedan en la sombra. Palizas protagonizadas por jóvenes sin ninguna carencia económica ni, aparentemente, social, pero que han encontrado en la violencia el juego más divertido.
María Luisa Cercas, la directora general de Reforma Juvenil de la Consejería de Justicia y Administración Pública, habla de un cambio "fundamental" en la última década: "Los chicos que entran en los circuitos de menores infractores entran porque no controlan su agresividad. Eso ocurre en clases bajas, medias y altas. Pero es cierto que se está dando la vuelta a la tortilla y ahora hay muchos más de las clases altas, que a veces son casi peores: están acostumbrados a pedir y que se les de, por lo que no tienen interiorizado un comportamiento que controle sus impulsos, ni normas cívicas". "La satisfacción la encuentran en la mera agresión, en la pelea. Quieren ser héroes en sus pandillas, que les consideren líderes ", advierte Cercas.
Para Isabel Ruiz, directora del centro de menores San Francisco de Asís, en Torremolinos (Málaga), el cambio del perfil del delincuente juvenil en los últimos 10 o 15 años ha sido "espectacular".

caso homicidio juvenil

La muerte de un menor de 17 años apuñalado a las puertas de una discoteca de Benalmádena (Málaga) el 18 de noviembre por dos jóvenes de 20 y 17 años ha reabierto el debate sobre la violencia de los adolescentes, un fenómeno que se extiende a todos los estratos sociales y económicos y cuyas manifestaciones más alarmantes no han dejado de crecer. Los expertos en violencia juvenil, tanto policiales como judiciales y universitarios, alertan contra la "banalización de la violencia" que, en su opinión, presentan los menores.
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El inspector del Cuerpo Nacional de Policía Faustino Pretel, delegado de Participación Ciudadana de la Comisaría de Málaga, asegura que "la violencia es un hecho que se produce y que hay que canalizar. Los adolescentes no tienen capacidad para medir la repercusión de sus acciones violentas".
Según este inspector, con experiencia en todas las zonas de la ciudad, "entre los jóvenes falta conciencia de que la violencia no sale gratis". Además, cree que el cine y la televisión "han banalizado la violencia". "Muchos jóvenes tienen la noción cinematográfica de que si a alguien le das un puñetazo en la cara luego se va a volver a levantar sin problemas, cuando le puedes causar lesiones graves o incluso matarle".
Isabel Fernández Olmo, fiscal de menores de Málaga, considera también que los adolescentes "no son conscientes de la gravedad de los hecho delictivos que cometen". La fiscal detecta un aumento preocupante de la violencia de género y la violencia ejercida por adolescentes contra miembros de su propia familia, tanto entre chicos como entre chicas.
La delincuencia juvenil se da en todos los estratos sociales, pero los hechos más graves suelen tener como responsables a niños procedentes de familias desestructuradas y con antecedentes de consumo de alcohol y drogas. "Es muy común que cuando me traen a un menor detenido y le pregunto por sus padres, me diga que su madre se quedó acostada y su padre no durmió en casa", afirma la fiscal.
Antonio Andrés Pueyo, catedrático de Psicología de la Universidad de Barcelona y responsable del Grupo de Estudios Avanzados en Violencia, recuerda que "el 90% de los adolescentes presentan alguna vez algún tipo de conducta violenta, que suele desaparecer espontáneamente, pero que puede hacer que se metan en un problema mientra dura".
Frente a este tipo de agresividad natural, presente en todo tipo de adolescentes, y que se manifiesta en pequeños vandalismos, absentismo escolar o consumo de alcohol y drogas, surge la delincuencia juvenil y las conductas antisociales graves, como los robos, las agresiones físicas y sexuales e incluso el homicidio. Este tipo de comportamiento suele afectar al 3% o 4% de los adolescentes que "no han conseguido inhibir la conducta violenta que aparece desde que el niño pequeño aprende a manejar los brazos y piernas con intención de hacer daño y que suele desaparecer cuando el bebé aprende a hablar", afirma Pueyo.
En los casos de delincuencia grave suele darse un perfil más homogéneo del joven. Pueyo lo describe como alguien con una persona "impulsiva y temeraria, y con escasa atención de sus padres, lo que le hace más proclive al consumo de alcohol y estupefacientes que pueden desencadenar la conducta violenta".
Pueyo aboga por la detección y tratamiento precoz de los casos de agresividad juvenil. Y utiliza la receta clásica: "Los padres tienen que conocer muy bien a sus hijos". Y da unas cuantas pautas: "Hay que estar atentos a los cambios bruscos en el comportamiento, como los engaños, la falta de rendimiento escolar o las nuevas compañías del niño. Vigilar el consumo de drogas y alcohol, un factor de riesgo potentísimo y supertolerado. Buscarle al niño actividades pro-sociales, como el deporte. Reducir la conflictividad familiar, ya que poner tus problemas por delante de los de tus hijos puede ser fatal. Y en los casos más graves, acudir a un especialista".